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No sabemos parar

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Vamos rápido, mejor dicho; vamos con prisa. Porque no sabemos parar, porque parece que parar no nos da «puntos vitales», pero también porque todo lo que tenemos a nuestro alrededor nos hace correr.

Las magníficas herramientas digitales, utilizadas sin la madurez que solo el tiempo nos da, hacen que vayamos más rapido aún y muchas veces, sin pensar.

En lo personal pero también en lo profesional.

A veces pudiera parecer que hemos perdido el sentido común, pero todos en bloque y como cuenta en su ingenioso libro, «Ministerio del Sentido Común. Martin Lindstrom», corremos hacia el qué y el cómo, antes de pensar en el Para qué y en el Por qué.

En el mundo ejecutivo, a veces se critica el uso de consultores, pero ahora que estoy comenzando una nueva faceta de mi vida profesional, soy más conciente cada día, de lo importante que es PARARSE y PENSAR en esos Para qué y Por qués, y mirar desde el hoy, nuestro horizonte del mañana. Ellos, esos consultores, nos ayudan a parar, pensar y mirar al futuro, son guias y brújulas, que nos permiten hacer aquello que no somos capaces de hacer sólos. Pensar.

Porque cuando estamos «tan ocupados, que no sabemos si vamos o venimos», es difícil encontrar el tiempo físico y el espacio mental para eso, para parar, pensar y buscar la esencia de lo que somos. De lo que es nuestro negocio, de lo que somos como profesionales y de lo que queremos llegar a ser. De lo que seremos.

Más dificil aún es visualizarlo y dibujar un camino para alcanzarlo y dotarse de sabiduria y paciencia suficiente para eso, para trabajar, mientras esperamos. A la velocidad de la vida, que en cada etapa, tiene la suya. Esperar…

En este tiempo, he tenido la suerte de formarme en ámbitos completamente diferentes, desde las criptos, hasta las tecnologías disruptivas y también, en mi particular escuela para una vida. Aprendido en aulas físicas con otros colegas; clases en Teams, pero también, aprendiendo con las manos, codo a codo con personas generosas que me han hecho un hueco en sus tareas del campo.

Ahí es donde estoy aprendiendo de la vida, de otra manera. Manera que estoy aplicando en mi trabajo para crear, cuidar y hacer crecer, negocios y personas.

Como en el campo…

El campo esta dormido. La tierra está regada por la lluvia de estas semanas y sobre ella, una preciosa capa de piedras, grandes, sobre la que levitan los olivos. Olivos este año, con menos fruto que otros.

Vamos a usar nuestras manos, nuestra fuerza y en mi caso, mi instinto. Aquí, sí hay diversidad. Jóvenes y viejos; Hombres y mujeres; Idiomas diferentes también, pero todos nos entendemos. Todos.

Me explican que se cubre el manto de tierra con una tela, que recogeran las olivas, de un color negro violeta precioso. Como las redes del mar, pienso. Trabajamos al ritmo de una orquesta sinfónica, tapizamos la tierra que se hace interminable y mientras, movemos los olivos con intensidad, en tres pasos, como un vals. Primero con la maquina de «menear», después se «peina» y al final con las varas, se terminan de caer las poquitas que quedan.

Las aceitunas van cubriendo poco a poco los lienzos, árbol a árbol, como los peces plateados del mar, las redes se llenan de fruto. Con nuestras manos, movemos aceituna, doblamos los lienzos, los desplegamos y volvemos a plegar; Cuidadosamente empezamos de nuevo cada vez, asegurándonos de que no perdemos aceitunas, de que no herimos los árboles y de que poco a poco, retiramos el peso del arbol, que pronto tendremos que podar, para preparar para la proxima estación.

El día despunta poco a poco. La niebla se ha despejado y ahora el sol nos acaricia para dar paso a un día soleado. Es diciembre, parece abril.

Hemos acabado con todos los olivos, y a mi me maravilla imaginar que el ser humano lleva siglos, recogiendo aceituna y prensándola para sacar de ella su jugo verde. Separar las hojas con dos tonos de verde; Quitar el hueso y después prensar…

La aceituna viene con nosotros, el sol se queda ahí, entre los olivos, que esperan un año más su poda; la primavera y las lluvias; el verano y el sol; Los cuidados diarios, como a cualquier ser vivo, para que el invierno que viene, volvamos a por su fruto, del que sale ese oro liquido que tanto adoramos.

Cada día que paso en el campo, es un aprendizaje profundo, sobre el tiempo; La velocidad; Las personas; La cultura; la comunicación.

Nuestras empresas, cada uno de nosotros, somos como los olivos. Conocer nuestra esencia. Cuidar y regar nuestra tierra. «Podándonos», de las cosas que no nos hacen bien o que nos sobran. Personas, procesos… Regar con aquello necesario para crecer fuertes y sanos. Talento, comunicación, nuevas capacidades, relaciones que nos fortalezcan, nutrirnos de sensibilidad y de naturaleza. Todo ello, de forma constante. Eliminando lo superfluo, reforzando lo vital. Para fortalecer nuestra esencia y recoger los frutos de nuestra siembra, de nuestra vida, de nuestro negocio.

Pero por encima de todo, paciencia. Paciencia porque el fruto, llega. Paciencia porque el que siembra, recoge. Paciencia, porque hay años buenos y otros no tanto pero la vida, acaba pagando al que persiste y no se rinde; Al valiente, al trabajador;

Paciencia en las empresas como en el campo, pues una cosa es ir rápido y otra con prisa y en la vida, como en el campo, la prisa y los atajos, no sirven. A la tierra y a la vida, no se le engaña.

El reto para este proximo año, acompañaros en el viaje desde vuestra esencia a dibujar el camino soñado hacia vuestro futuro. El mejor futuro que podais imaginar. Con paciencia y sensatez.