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La fórmula secreta

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Ayer leí un artículo ya antiguo, se titulaba «Me cansé…, me rindo…» y era del escritor y profesor de periodismo uruguayo, Leonardo Haberkorn. En ella expresaba, con sumo pesar, su intención de dejar de enseñar en la escuela de periodismo por la falta de interés y la superficialidad de sus alumnos. Cansado de competir contra la tiranía de la tecnología, había decidido abandonarlo, rendirse.

Muchos de vosotros llegais a casa agotados, como yo, después de un largo día de trabajo y el trabajo más importante nos espera al otro lado de la puerta de casa. Los fines de semana y cada día a partir de las siete de la tarde nos toca apoyar a nuestros hijos, ayudarles a desarrollar las rutinas del estudio, de lectura, a que aprendan a concentrarse y, sobre todo, contribuir a que poco a poco encuentren aquello que les interese y despierte su curiosidad, hasta que descubran algo que verdaderamente les apasione.

Es un regalo participar en las elecciones que harán nuestros hijos, pero también es la tarea más compleja y nosotros, los padres, no podemos rendirnos.

Sin embargo, después de mucho leer, devorar libros mágicos sobre educación, ciencia y tecnología, después de debatir sobre los problemas enormes que esta invasión tecnológica tendrá en nuestra sociedad, resulta que te encuentras a un niño de 12 años estudiando sin papel para hacer los deberes, aunque esté en una mesa repleta de hojas y lapiceros; con dificultades para concentrarse más de 10 minutos seguidos, a pesar de que yo puedo estar inmersa en algo toda una tarde; e incapaz de leer por placer, aunque viva en una casa repleta de libros y con una madre que acarrea dos o tres libros en la mano como si el conocimiento se transmitiera por ósmosis…

Nicholas Carr, Catherine Lécuyer, Satya Nadella, Leonardo DaVinci …, lea lo que lea, me asusta pensar que nuestros hijos no serán capaces de resolver problemas, que en una sociedad de acción y reacción, el placer de llenar nuestro cerebro de herramientas que nos servirán para resolver problemas complejos, que requieran pensar y reflexionar de forma profunda, ha dejado de ser eso, un placer, para convertirse en una obligación que parece que no tendrá una aplicación clara.

Herramientas en forma de matemáticas, de mecánica, de filosofía, de química, de lenguaje, de escritura, de fisiología. Herramientas que están ahí a nuestra disposición para que podamos acceder a ellas, en nuestros cerebros para responder preguntas, resolver enigmas, solucionar problemas de nuestro día a día y ganarnos la vida siendo felices y aprendiendo sin cesar. Desarrollando más y más esa curiosidad y esa capacidad de aprender insaciable que tiene el ser humano.

Cómo explicar a un niño que nadie nos da los problemas exactos a los que nos enfrentaremos en la vida para que nos preparemos, sino que tenemos que armarnos de conocimientos, de herramientas, de paciencia, de sosiego, de tiempo, de confianza para que, sea lo que sea a lo que nos enfrentemos, combinando todas esas herramientas, seamos capaces de resolverlos, con la fórmula secreta que dentro de nuestro bien entrenado cerebro, nos ayude a resolver el enigma del examen, de nuestro trabajo, de nuestra vida.

Recuerdo que desde siempre he tenido una predilección especial por el estudio y la lectura. Quizás sea aún un bicho raro. Esa sensación de comprar los libros a principio de curso, preparar los cuadernos y los lápices y bolígrafos, todo nuevo… y comenzar el ritual. Todo sobre la mesa y el fin de semana por delante para devorar y aprender y transformar las hojas en blanco en mapas llenos de ideas que te van descubriendo lugares sorprendentes que, al principio, parecen complejos pero que, a medida que profundizas, vas comprendiendo poco a poco. Esos momentos siempre me han dado paz, energía, adrenalina, ese libro enorme con tanto por descubirme, la mesa limpia, la luz encendida y el material preparado para una nueva aventura.

Me gustaría que entre todos lográramos dar a nuestros hijos sosiego, silencio, tranquilidad, seguridad y muchas herramientas para que formulen infinitas fórmulas secretas constantemente, y así no habrá duda de que hemos hecho bien nuestro trabajo de padres.

No puedo, no podemos competir contra Instagram; no puedo luchar contra la preadolescencia; no puedo pretender ser más amena que sus amigos o que esos partidos que se empeñan en ser siempre en día de labor. Pero, como nuestros padres, hay mucho que podemos hacer.

Ser paciente. Sentarme a su lado, con esos papeles y esos lápices que yo sigo necesitando y un par de iPads si fuera necesario. Dejar nuestros móviles lejos, lo más que podamos y procurar hacer de esas horas de estudio, un momento de descubrimiento mutuo.

¿Estamos construyendo el futuro a través de nuestros hijos y hablamos tanto de tecnología que olvidamos que la tecnología más maravillosa son ellos?

Ellos, a los que debemos formar en los básicos que les permitan en el futuro ser lo que deseen ser. Para ello, deben tener tiempo, leer, aprender matemáticas, aprender a pensar (la filosofía ha vuelto, ¡qué milagro!); hacer deporte es bueno para el cuerpo pero también para el alma; deben saber expresarse, las palabras conforman lo que somos; la historia les da perspectiva… Sí, también deben aprender a programar pero, para ello, deben entender y manejar los fundamentos de las matemáticas.

Por favor, no nos rindamos. Necesitamos profesores sensibles y sensatos que no se rindan. Y nosotros, tampoco nos rindamos, nuestros padres no lo hicieron y seguro que también se enfrentaron, hace más de treinta años, a dificultades similares a las que nos enfretamos ahora.

Y por último, volvamos a los básicos, tambien en la educación. Sin los básicos, por muchos que nos esforcemos en cambiar la manera en la que enseñamos, si entrendando la memoria o aprendiendo haciendo, sin esos básicos, nuestros hijos no habrán entrenado sus cerebros para vivir en un mundo donde esas herraminetas junto con la capacidad de resolver problemas, de hacerse las preguntas precisas y todo ello salpimentarlo con instinto, curiosidad y creatividad, sin esos básicos habremos desaprovechado el mayor regalo que hemos hecho a nuestros hijos, su inteligencia.

«Back to basics», más que nunca.